El cielo era más azul de lo habitual, la luz de la mañana resalta la frescura de los campos de un valle interminable. Al fondo las montañas como en las pinturas de Velasco son la promesa del lugar más lejano, del limite del mundo.
Mientras conduzco escucho la única estación que capta la radio, no le presto atención, podría viajar en silencio como lo hacen los recuerdos por otros doscientos kilómetros.
Estaba contento por mi.
Paré por un café. Hay una gasolinera a unos veinte kilómetros de la ciudad, una tienda, un asador y una cafetería en donde conocen mi nombre.
Mientras esperaba puse atención a la música, la chica que atiende el café tiene gustos eclécticos, a veces cuando no está mirando tomo el teléfono y búsco la canción que está sonando. Me gusta su música.
No le preguntaría su nombre, no le preguntaría por lo que está escuchando, me basta con poner su música el resto del viaje para sentirme acompañado.