La librería es sencilla, de piel trigueña y rostro sereno.
Es como las personas que apenas conoces y ya te caen bien; esas personas raras, que escuchan sin interrumpir y que no rematan la conversación con una hazaña más grande.
Puedes sentir sus latidos, son tan fuertes que cuando deslizas las manos por sus barandales se escuchan como crujidos, palabras inaudibles.
Me gusta visitarla, disfruto de su complicidad, de su silencio, siempre tiene algo para mí que ha dejado sobrepuesto para que yo lo descubra.
Estoy convencido de que la librería viajó mucho y que regresa de vez en cuando a ordenar sus pensamientos.
Me gustaría procurarme un espacio así.
Mientras tanto seguiré de visita, buscando cualquier excusa para pasarme por donde suyo a continuar con esa danza de silencios.
Nos conocemos desde hace tanto que nos hablamos con miradas, sabes, no hay modo de mentirle, tampoco necesidad.
Si un día, porque sé que pasará, pierdo la vida, me gustaría, como dicen los budistas, renacer en una librería.
En fin, soy afortunado.