Cuando comencé a tomarme muy en serio esto de los libros vivía en un cuarto de tres por tres, estaba recientemente desempleado, sin un peso, con deudas y con una pequeña recién nacida.
Había trabajado en un par de librerías por periodos cortos (muy cortos), no tenía más capital que los libros usados de mis andanzas como universitario, algunos libros de barata que adquirí en una aventura previa que duró apenas un par de semanas allá por la prepa de observatorio, algunos pocos que conservé de Lolita, la librería que quebramos en el centro de Iztapalapa (parecía una buena idea, mea culpa) y la seguridad de que yo podría hacer lo que el Mora, un ayudante de Leo el de la Novo, que se dedicaba a comprar bibliotecas.
Fuimos parte de la estadística de jóvenes con embarazos planificados al vuelo, del tipo: va, hay que rifarse, del tipo: si sale, de los que se aguantan el miedo.
Coloqué un anunció en una página de clasificados titulado: Compro libros y bibliotecas. Mis datos estaban ahí, el teléfono de una casa que no era mía, al que contestaba siempre y con toda seriedad así se tratara de las llamadas para cobrarme.
Recuerdo que mi papá aparecía por doquier con ofertas de empleo para que yo las considerara (gracias papá), mira solicitan un maestro decía, un capturista, que se yo. Estaba preocupado por su hijo mayor.
Mi compañera entró a trabajar en una tienda de cadena, soportando jornadas largas, acoso laboral y malos tratos. La recogía todas las noches, o la mayoría de ellas, salía muy tarde y salía enfurecida, pobrecita, debió ser difícil para ella (aunque terminamos, siempre estaré agradecido Norma, queda honrar lo vivido).
Mientras ella trabajaba yo me hacía cargo de mi hija, la sentaba conmigo al tiempo que aprendía a programar a pelo, consultando tutoriales, ligas y foros en ingles, un idioma que apenas entendía (que apenas entiendo).
Mi computadora era un compac presario pentium II (gracias tío Gera) que reviví con Slitaz, un linux para equipos limitados y ahí le daba.
Comencé publicando los pocos libros que adquiría en De remate, la versión previa de Mercado Libre, o los llevaba a Balderas y se los vendía a Víctor García (gracias Vic), un librero que pagaba poco, pero que siempre pagaba.
A dos cuadras de Balderas hay una tienda del Issste, en donde me aprovisione tantas veces de despensa y de pañales.
Recuerdo que mis jornadas eran largas, que dormía hasta tarde y trabajaba en la madrugada (cuando mi hija dormía).
Poco a poco fui adquiriendo habilidad y conocimiento, en silencio me sentía orgulloso, ya podía pagar la leche Nan, los pañales y abonar el mínimo a las deudas.
Recuerdo que un halo de vergüenza me acompañaba a todas partes porque mi dedicación no se reflejaba en ingresos, por las condiciones laborales de mi compañera, por mi presencia en una casa ajena en donde no entendían lo que hacía e interpretaban mis acciones como vagancia y falta de compromiso, por mi inmadurez y mi testaruda confianza.
Fueron meses de incertidumbre intensa, de angustia y de una soledad que comparten los que caminan sin rumbo.
Sí, no estuvo chido.
Si hay que culpar a alguien de encender la mecha es a ese testarudo optimismo, que hasta entonces, no sabía que existía en mí.
Otro día les cuento cómo fueron mis primeras experiencias acudiendo a comprar libros en el tsuru.
Si un día te encuentras en una situación desfavorable, respira, conserva la calma, observa, la testarudez en ti saldrá a romper madres.